Acababa de despertarse. Con algunos quejidos la anciana se sentó en la cama, tanteó los anteojos y al abrir el cajón de su mesita de luz, encontró aquella pequeña muñeca de plástico duro, que alguna vez tuvo labios rojos y ojos negros.
Acarició con los dedos temblorosos el sombrerito y el vestido de pana verde, que abrieron una tranquera de recuerdos apretujados unos con otros para ser los primes.
Así fue como llegó aquel momento de los juguetes que no sobrevivieron al desorden, pensar que sólo quedó esa…la primera muñeca que le regaló su abuela cuando cumplió un año.
Las historias de la abuela Barbarita ganaron espacio y comenzó a relatar:
-¿Te acordás Chelita cuando se pegaron las lentejas en el techo de la cocina? ¡Claro! Era la primera olla a presión.
Tal vez ya te lo he contado, pero cuando yo era joven y tu madre empezaba a noviar con tu padre, yo los espiaba y una noche que tardaron en llegar apagué las luces y me quedé muy quieta debajo de la ventana.- Le contaba Barbarita muerta de risa.
-¿Y sabés que pasó Chelita? Viste que en la estancia de noche sólo se oye el canto de algún pájaro, pero no, yo escuché voces en el aparador y fijate que los platos le decían a las tazas que la vida de ellas era más sencilla, porque cargaban solamente líquidos calentitos en invierno y en verano se usaban poco. En cambio ellos estaban hartos de soportar huesos grasientos y no te cuento lo que decían…
¡De las sopas! ¡De los guisos! ¡De los pucheros!
Buen Chelita, me tengo que ir pero nos veremos pronto.-
La ventana se oscureció y cuando la anciana Chelita abrió los ojos pesadamente, se encontró con los de su nieta llena de lágrimas y un molesto sonido de sirenas aturdía en el veloz bamboleo de la ambulancia.
Tomándola fuerte de la mano le dijo:
No tengo mucho para darte, solamente esta muñeca que me acompañó toda mi vida y la risa, niña, nunca pierdas el buen humor que los llevas en los genes.
No dejes de sonrei…-
Graciela Martellotto