UNA HISTORIA DE INVIERNO


Los niños acercaban los pies al hogar para secarse las medias. El abuelo observaba desde su mecedora esperando que el bullicio también se asentara sobre la alfombra, para comenzar con el cuento de la tarde.
-“Hace muchos años los Dioses, los Señores y los Hombres compartían la tierra.”-
En silencio flotaba la perplejidad.
-“Cuando el Señor del otoño terminó con su tarea de desnudar a los árboles, secar la semilla y empujar al sol más temprano, el Señor del invierno bostezó el primer viento helado. Las Diosas del agua y del aire lo transportaron sobre nubarrones grises.
Las Hadas del brillo en un ajetreo interminable, arrojaban copos de diamantes para cubrir valles y montañas.
Los Hombres salieron de sus casas y saltaron, jugaron y bailaron con las motas resplandecientes. Los Señores aplaudieron, las Hadas entrelazaron su vuelo y los Dioses soñaban.
Pasaron los Señores de los tiempos y los sueños cambiaron. Los Hombres se separaron de los Señores y las Hadas.”-
-¿Y qué pasó con los Dioses?- Preguntaron los niños.
-¡Ah! Ellos siguen soñando...
¡Nos siguen soñando!-

ESPACIOS DE UNA MELODÍA


El ocaso de un ciclo revela un aroma húmedo. Como algodones espesos el miedo penetra temblando en el bosque.
Las cosas se confunden, se oscurecen. El hechizo ahonda en el imaginario, asfixiante...
Detrás de las nubes, la orquesta del tiempo afina sus instrumentos.
La mente se paraliza. Las sombras astutas remueven las culpas. Aparece el Dios que castiga: interno o lejano.
Y es ella la que guarda el gran secreto...
La que abre las puertas a la vida.
Es la muerte que ofrece una música mueva.

BOTELLAS VERDES


En aquel tiempo, cuando el tiempo todavía tenía tiempo, sonaba el despertador legítimo de la mañana. El gallo, orgulloso y bien peinado.
Entonces se hacía economía de basura. La leche se envasaba en botellas de vidrio.
Después del tintineo del cencerro se escuchaba un auténtico alarido y de la jardinera color naranja, bajaban las botellas verdes.
Si la abuela y el azúcar estaban disponibles, la olla era una fiesta.
Las que quedaban en la heladera tenían, entre la tapa y el contenido, un genuino espacio para la pureza.

LOS TRES MONOS SABIOS


No ven,
no hablan,
no escuchan,
no fuman,
no beben,
no comen carne,
no usan celular,
no ven tele,
no usan computadora.
Entonces: ¿Qué hacen?

ESPEJO ANTIGUO


Había caminado durante horas. Aquella tarde, cuando regresé a la casa de mi abuela, la encontré sentada frente al espejo junto al viejo reloj.
Me miró a los ojos y me dijo: -¡Qué cansada estás!-
Con el mágico pincel de la memoria, pintarrajeó algunos recuerdos:
"Aquel río que acariciaba nuestros cuerpos y la luna..." Ella sonreía y yo también.
"Cuando vi la muerte derramada sobre aquel recién nacido". Lloré y vi correr sus lágrimas.
"Ese accidente con ocho meses de embarazo y salimos ilesos." Suspiramos al mismo tiempo.
La noche se colaba por la ventana, la dejé entrar y despacito fue cubriendo el espejo en el que me había estado mirando durante todo ese tiempo.

BARROTES INVISIBLES


La soledad camina escoltada por la razón.
Cuando éramos niños se agazapaba en la oscuridad. Se juntó con la timidez; miedo disfrazado que acompañó la adolescencia.
Creó un dibujo lastimero para retener a los hijos y fue capaz de llevar la mentira como estandarte, para no ver que el amor también se acaba.
Tal vez olvidamos aquel lugar al que regresamos en silencio, descascarando el deseo y abriendo los sentidos.
Cuando nos conmueva el vuelo del águila.
Cuando el siseo del mar nos hable delos espíritus del agua.
Si descubrimos que el fuego del atardecer no tiene propietario y hundiendo los pies en la arena reconocemos que somos uno más, habremos llegado al punto final de la soledad.
La libertad.

ESTRIDENCIAS ESCONDIDAS

Se había sentado sobre la pirca, venía cansado de estar todo el día intentando transportar el agua desde la vertiente hasta el rancho que ya era casi una realidad.
El sol se ponía y todo estaba dispuesto para el descanso en las sombras.
El había decidido mudarse, vivir sólo y tranquilo en medio de la montaña.
-¡Me cansé del mundo¡- Dijo cuando dejó atrás la ciudad.
Los pájaros callaron, el viento se detuvo y allí comenzó.
¡El tremendo alarido del silencio!

ESCÉPTICO


- No creo en la magia - dijo el viejo acariciándolo, - es todo producto de la imaginación - y hundió la mano en el grueso pelaje.
-¡Vamos¡ no me vengan con cuentos... - afirmó.
Se montó sobre el dragón y voló alto, muy alto.

BARQUITOS DE PAPEL CARTÓN


Gran cantidad de hojas secas se recostaban una sobre otra formando una estera crujiente, bajo los consumidos zapatos de Marcel y Flavie.
Todos los días recorrían aquel pueblito en la campiña francesa vendiendo el pan que amasaba su madre.
Cuando terminaban el reparto jugaban en el arroyo, donde Marcel construía los barquitos de papel cartón que flotaban hasta encallar en un puente, donde los recogían para volver a empezar. Antes del anochecer, él la cubría con una capa para proteger sus pulmones enfermos.
Marcel había crecido junto a su madre en un ranchito de adobe, enfrentando la pobreza con un carro y un caballo que les permitía acarrear la leña para el pan. Les alcanzaba para vivir con cierta tranquilidad, sin saber que un año después deberían venderlos ante la llegada de la pequeña Flavie, que enseguida conquistó el cariño de su hermano.
Con el paso el tiempo, un último regalo de la vida, no sólo no pudo nacer sino que se llevó a la madre con él.
Marcel hundía sus manos tironeando el cabello de la muerta pidiendo que volviera, hasta que la quietud se convirtió en desesperante soledad.
El chico encaraba su adolescencia con una responsabilidad demasiado grande, pero lo que nunca dejaba de hacer eran los barquitos de papel.
Una madrugada los despertó un golpe fuerte que abrió la puerta. El filo de las espadas brillaba mientas los dientes marcaban el ritmo del miedo.
Ayudados por un soldado sobrio escaparon. La incertidumbre secó las lágrimas y sin refugio aparecía, como milagrosa alternativa, el campanario de la iglesia.
Antes de las campanadas bajaron hacia la feria, donde la carnicera cuidó a Flavie mientras él buscaba trabajo. Por las noches, junto a las palomas la campana velaba su sueño, difícil de conciliar para él. Una tarde que alargó su contorno, Flavie se abrigó sola y buscó entre las sombras, la escalera del campanario. Aterradoras retumbaron y su hermano no estaba. -¡Los soldados! ¡Vienen los soldados!- Gritaban en la calle.
Detrás de la vanguardia venían, encerrados en una especie de jaula, varios jóvenes y Marcel que chillaba: -¡Volveré Flavie, volveré en uno de los barquitos!- miando hacia la capilla.
…………………
Aquella tarde había invitados en la residencia. Sonó el portero anunciando la llegada de Antonio Pérez Acedo con un amigo.
-Yo atiendo- dijo María Soledad.
Al abrir la puerta ante el desconcierto de Pérez Acedo, la señora y su compañero se abrazaron en silencio.
Ambos temblaban y nunca pudieron explicar porque los dos tuvieron el mismo raro pensamiento.
“Un barquito de papel.”

Graciela Martellotto

NUNCA MÁS



Había terminado la tercera guerra mundial, la última. El fuego había arrasado con casi todo.
Estaba sola, las primeras sombras del atardecer se tejían en mi pelo.
El olor a cenizas me impedía respirar profundo, jadeaba...
Me senté sobre una piedra y allí estaba, la vi brillar. Era una moneda.
La tomé con la punta de los dedos, caminé despacio hasta el lago y la arrojé.

COSAS DE LA VIDA


Se escucha una voz que no pronuncia idiomas, que surge de la bruma del tiempo.

Suena en el trigal maduro. Lo siente el agua cuando la perforan los peces. Zumba en las abejas y se agita en las alas libres.

Retumba en la serpiente, símbolo de sabiduría. Lo perciben las bestias que le temen al hombre, por ser más bestias.

Se hace dócil en el canto rodado. Lo entona la gallina sin importarle si ella fue primera. Está en el silencio en que teje la araña.

Es la vida que palpita en cada cosa.